Edición Nro. 2203 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 12 de marzo de 2021
 
 
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Enrique Guillermo Avogadro
Alberto, patriota confirmado
  • “No tengo ganas de que haya un títere en la Casa Rosada y que el poder esté en Juncal y Uruguay”.
    Alberto Fernández
El lunes, en el H° Aguantadero, después de leer el discurso anual que le escribió (lo confirmó ella misma el jueves, cuando despotricó ante Casación) su exigente patrona, el Presidente Pinocho recibió de Cristina Fernández el diploma que lo confirma como miembro emérito del Instituto Patria. No era para menos, toda vez que la repudiable pieza literaria que hizo suya ahondó la grieta que había jurado cerrar, constituyó un inventario de las demandas de la PresidenteVice contra la República y la Constitución, y el firme compromiso de satisfacerlas lo antes posible.
La primera de ellas fue la de ganar las elecciones legislativas a como dé lugar, porque eso fortalecería enormemente la influencia del oficialismo en Diputados y allanaría el camino para destruir a los clásicos enemigos: los jueces, los fiscales y los medios de comunicación. A ese objetivo están enderezadas las decisiones de atrasar el precio del dólar, postergar cualquier acuerdo con el FMI, congelar las tarifas de energía, perseguir a las empresas “formadoras de precios”, cuidar la “mesa de los argentinos” y repartir, a mansalva, papelitos de colores y planes sociales en el Conurbano cuya tercera sección electoral resulta fundamental al contar los votos.
Pero no hay almuerzo gratis; cuando Cambiemos hizo eso mismo para ganar las elecciones de 2017, el precio fue perderlas en 2019. La cuenta de todos esos dislates tendrá que pagarlos la propia dupla Fernández² a partir de octubre y durante los dos años que le quedarán de mandato. Dijo Alberto Fernández que creará miles de puestos de trabajo pero, para concretar ese propósito, se necesitan inversiones. A la Argentina, con un riesgo-país que supera los 1550 puntos (equivale a un default), sólo un imbécil traería sus dólares. El lunes, la poca seguridad jurídica que quedaba se fue por la cloaca kirchnerista, y el cepo cambiario, los confiscatorios impuestos, la monumental inflación, las arcaicas regulaciones laborales, la extorsión sindical y, en general, todo lo que incluye el “costo argentino”, disuaden al más valiente; el capital nunca se distingue por su coraje.
Mintió tanto que el resultado fue patético: pretender que en su gestión las fuerzas de seguridad fueron revalorizadas, cuando se ven obligadas a abstenerse de defender la vida y la propiedad privada y la soberanía ante la agresión pseudo-mapuche, es una falsedad tan evidente que no se necesitó de la informal salutación policial a Patricia Bullrich para desmentirla; y lo mismo sucedió con la pandemia, la deuda, las obras públicas, los hospitales, la urbanización de las villas, etc.. Por lo demás, si tuviera “éxito” en sus propuestas económicas –que excluyen la reducción del sideral gasto público, sobre el cual nada dijo el Presidente Pinocho-, los argentinos veremos deteriorar los servicios de telecomunicaciones e Internet, volver los cortes de gas y de luz, la necesidad de importar energía (con los negociados del caso en el camino) y, casi con seguridad, una explosión inflacionaria.
Sin hesitar, violó la Constitución al conocer causas en trámite, y pretende seguir desconociéndola con sus peregrinos proyectos de reformar la Justicia, limitar las facultades de la Corte Suprema y cooptar la Procuración General; presumo que todos ellos, incluida la creación de una comisión bicameral para controlar a los jueces, fracasará en el H° Aguantadero y, también, en los tribunales. La mayor prueba, la condena a Lázaro Báez, anterior sólo cinco días a este mamarracho discursivo.
Se manifestó horrorizado porque Carlos Stornelli continuara en su función de Fiscal federal a pesar de haber sido procesado por el militante Juez Alejo Ramos Padilla, ahora nada menos que el magistrado electoral más poderoso del país; pero olvidó que quien estaba sentada a su lado (esa energúmena tan notoriamente desigual, tan vociferante e histriónica ante la Justicia, tan escandalosamente enjoyada y sin el barbijo que nos impone al resto de los ciudadanos, en el fondo tan aterrada) tiene muchos procesamientos firmes y, en varios casos, las causas ya han sido elevadas a juicio oral; se suman ahora investigaciones internacionales en Estados Unidos y Panamá. ¿Querrá ella renunciar a su cargo o solamente deberían hacerlo quienes se oponen al gran proyecto de impunidad de su dueña?
Una vez más, pretendió minimizar el horror criminal del “vacunatorio VIP” e invocó la necesidad de una solidaridad que sus funcionarios y La Cámpora han despreciado aún a costa de, literalmente, dejar morir a quienes integran los grupos de mayor riesgo: médicos, maestros, policías y ancianos. Es más, volvió a ponderar a Ginés González García, el despedido Ministro de Salud; en la medida en que éste llora por haber sido dejado solo y, como Leandro Báez, amenaza con contar la real magnitud de la corrupción y la identidad de todos sus responsables, espero que no sea atacado por el mismo virus que asesinó al Fiscal Alberto Nisman, al secretario privado Fabián Gutiérrez, al periodista Juan Castro, al empresario pesquero Raúl Espinosa, al espía Tomás “Lauchón” Viale, a los narcotraficantes Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Daniel Ferrón, y a tantos otros que sabían demasiado o interferían en los negociados de los Kirchner.
El futuro se presenta negro carbón y, una vez más, resulta indispensable pedirle a toda la oposición que se una para enfrentar a este régimen cuya deriva nos lleva inexorablemente a los paraísos del socialismo del siglo XXI, corruptos hasta el tuétano, violadores de los derechos humanos, pobri-clientelistas y hambreadores de sus pueblos. Espero, contra toda esperanza, que entonces nuestro ruego sea escuchado.



ADVERTENCIA: Los artículos periodísticos firmados son de la exclusiva responsabilidad de sus autores. La Dirección.



Lo primero es salvar vidas
  • (Por Julio María Sanguinetti) Uruguay, comparativamente, viene gestionando bien la emergencia sanitaria. Empero, hay un innegable retroceso en razón del aflojamiento creciente en los cuidados imprescindibles, arriesgando vidas y empleos.
Todo el día se discute sobre la pandemia. Nos levantamos con las audiciones de radio, luego los diarios y de noche los informativos de televisión y por esos medios transcurren toda clase de consideraciones. Desfilan epidemiólogos, opinadores varios y naturalmente políticos, con la oposición frentista como estrella de la irrealidad. Al principio, sus caras de circunstancia no eran por lo que se sufría sino porque al gobierno le iba bien en el enfrentamiento; se reanimaron cuando se demoraban las vacunas y, en los últimos días, como ya no queda nada para cuestionar, agreden, insultan, tratando de medrar.
Al final de todos los debates, hechos todas los análisis, lo que importa en la pandemia es cuántas vidas se salvaron y cuántas se perdieron. El resto es anecdótico. El éxito o fracaso de las autoridades públicas, del sistema de salud y de la conducta de la sociedad, se mide desde esa contabilidad triste, porque mide pesares, pero es la cifra auténticamente válida.
En esa perspectiva, nuestro país sigue al frente. Al día miércoles, en Argentina y Brasil había, respectivamente 119 y 127 personas fallecidas cada 100 mil habitantes. En solo cinco días, Argentina había aumentado 2 y Brasil 4. Chile, por su parte, registraba 113, aumentando también 2 casos de muerte en ese corto lapso (pese a que su vacunación ha sido temprana y muy rápida).
En Estados Unidos se vive un desastre, herencia de Trump: 160 personas fallecidas cada 100 mil habitantes. En España, 150; en Francia, 132.
En Uruguay, pese a los aumentos de los últimos días, estamos hablando de 19 personas fallecidas. Como se aprecia, es un resultado incomparable con los vecinos y los grandes países de referencia. Es del orden de 600%.
Esto nos dice que las medidas de la autoridad fueron más adecuadas, que los establecimientos de salud respondieron y que la gente, pese al desafuero de los últimos días, se comportó comparativamente mejor que el resto.
Ahora empezó la vacunación. Se está llevando adelante con excelente organización. Estaba todo preparado para un aluvión que no se dio. Alguna gente tiene dudas, que nacen de todo ese batiburrillo público que termina confundiendo. Pero día a día mejorarán las cosas. El problema es que hay un aflojamiento psicológico: el horizonte prometido de la inmunidad induce a pensar que ya la gravedad pasó y hoy la pandemia está en un nuevo rebrote universal. Aparentemente, son cepas nuevas y, como consecuencia, desafíos inesperados para la ciencia, que sigue avanzando en un sistema de aproximaciones sucesivas. Por lo menos así se la ve desde afuera de su lógica, cuando se toma noticia de esta retomada infecciosa.
La caída y recaída de notorias figuras públicas nos dice que en los ámbitos de la administración los cuidados se han abandonado. En nuestras escasas salidas públicas lo hemos apreciado, con alarma. Los jerarcas no están alertas, los mandos medios (que tendrían la obligación primaria de exigir el tapabocas a sus subordinados) no quieren ser antipáticos y así estamos como estamos, en un nuevo momento difícil.
Repetimos: nuestra situación comparativamente sigue aventajando. Pero estamos retrocediendo y es una irrealidad imaginar que en pocas semanas estaremos fuera de peligro, todos inmunizados por la vacuna. No es así. Falta aún varios meses y ahora aparece la trampa de la Semana de Turismo, tanto o más riesgosa que la de Carnaval, cuyos resultados ya se comprobaron. Sin olvidar episodios como la marcha feminista que, lejos de abonar por su nobilísima causa, la comprometen al mostrar un nivel de rebeldía poco razonable. El ejemplo de Chile, como decimos, es bien expresivo, porque su delantera en vacunación no le ha ahorrado el actual rebote.
Es notorio que sectores importantes de la vida económica están reclamando, con razón, que se les aflojen las restricciones y puedan irse aproximando a la normalidad. Especialmente el turismo y las expresiones de sociabilidad viven situaciones críticas. Ahora bien: cuando los resultados muestran retrocesos peligrosos, se hace muy difícil esa retomada de actividad. Ello lleva a reclamar solidaridad a quienes cultivan una suerte de individualismo rebelde, tácito o expreso, que no solo compromete la salud de otros sino su trabajo.
Dos caras de la misma moneda, entonces. Por un lado, un Uruguay que sigue mostrando un tratamiento comparativamente muy bueno frente a la crisis sanitaria. Por otro, un sector de la sociedad que se ha desentendido del tema y olvida su responsabilidad ante los semejantes. (Artículo de opinión compartido con Correo de los Viernes)

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