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JULIO MARÍA SANGUINETTI - CORREO DE LOS VIERNES |
El retorno a la Argentina “normal” |
A la era de la crispación y la epopeya refundacional, sucederá un tiempo de normalización de un país que tiene todo para salir adelante y convertirse en la nación moderna y próspera que todos esperamos.
Se ha terminado el dedo acusador, punto final a la construcción de un enemigo que se alternó entre “Clarín”, la “década de los 90” o los “fondos buitres”, en un “relato” crispado, divisionista de la ciudadanía, que enfrentó a la Argentina con el mundo. Cristina Fernández de Kirchner se ha retirado del gobierno con el mismo ánimo bélico con que gobernó, quebrando la honrosa tradición democrática de que el mandatario saliente entregue los símbolos de la magistratura a quien le sucede por mandato popular. Es una lástima por la Argentina, aunque eso a partir de hoy será apenas una anécdota, una mala anécdota, que se incorporará al currículo de arbitrariedades de la época Kirchner.
Macri ha hablado con sencillez, convocando a la unidad y a la cooperación. Saludando a quienes fueron sus competidores en la elección, rivales pero no enemigos. El pueblo acompañó con alegría, viviendo una fiesta que no se frustró por el encono de quien demostró que no reconoce la ética de la derrota, consustancial a la democracia.
El nuevo Presidente va a tener un comienzo extremadamente difícil. Hereda un Estado sin reservas monetarias, con una enorme inflación disfrazada y tergiversada desde el propio gobierno, con una administración envenenada, con una Justicia a la que en buena parte se contaminó y corrompió desde la autoridad, con una economía llena de subsidios cruzados y distorsiones de todo tipo, con un crédito internacional agotado…
Sin mayorías parlamentarias, la tarea será ímproba. Esperemos que la gente entienda que las difíciles medidas a tomar son la inevitable consecuencia del despilfarro y la arbitrariedad anteriores.
Felizmente, el nuevo Presidente ya ha convivido con un gobierno hostil, demostrando paciencia y habilidad. Ahora tendrá que apelar a esas virtudes para ir normalizando la vida del país. Insistimos en ese concepto de “normalidad”, porque es lo que hoy más necesita la Argentina. Es un enorme país, con riquezas naturales copiosas y gente brillante en todos los sectores de la actividad. El solo cumplimiento de la ley, el solo respeto a los tratados y contratos, atraerá inversiones y generará trabajo, pero requerirá un tiempo prudencial.
No hay duda de que las relaciones internacionales también serán normales y que, como consecuencia, Uruguay y Argentina recuperarán el manejo de sus respectivos intereses con los modos propios de la diplomacia.
Para el Uruguay es muy importante una Argentina próspera y democrática. Vivir en un mal barrio nunca es buena cosa. Falta ahora que Brasil reconquiste su flujo institucional normal, con Dilma o sin Dilma, pero siempre dentro del marco de la Constitución y alejando las dudas sobre la estabilidad del gobierno. Desde esa perspectiva, todo irá a mejor. El populismo retrocede y las fuerzas democráticas vuelven a avanzar en nuestra América Latina. Bienvenidas.

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Ricardo Puglia |
La Maldición de Malinche |
En reciente informe sobre Uruguay, los gurús del Banco Mundial, señalaron cinco retos para la Administración Vázquez: “condiciones externas menos favorables”; "sostenibilidad financiera del modelo social al tener un crecimiento económico en declive" con una "sociedad que envejece"; "déficit en la educación y las competencias"; "calidad inadecuada de la infraestructura para el modelo de crecimiento" e "importante brecha de productividad".
No era necesario el informe de los burócratas del BM que nos vienen a decir lo que ya muchos analistas políticos y económicos conocemos del modelo frenteamplista desde su comienzo, aun así, confirma parcialmente nuestra posición.
Esto me recuerda la canción de Gabino Palomares, “La Maldición de Malinche”: “Porque los dioses ni comen, ni gozan con lo robado, y cuando nos dimos cuenta ya todo estaba acabado. En ese error entregamos la grandeza del pasado, y en ese error nos quedamos quinientos años esclavos. Se nos quedó el maleficio de brindar al extranjero nuestra fe, nuestra cultura nuestro pan, nuestro dinero. Y les seguimos cambiando oro por cuentas de vidrio y damos nuestra riqueza por sus espejos con brillo”.
Dice el BM: "la política fiscal debe encontrar un delicado equilibrio entre el objetivo de promover el crecimiento y el de consolidar la estabilidad macroeconómica". Además, "la persistencia de una tasa de inflación relativamente alta, aunque estable" es "otro aspecto importante para la estabilidad macroeconómica", y que esté "por encima de la meta crea incertidumbre económica".
“En 1950, las personas mayores de 65 años eran el 8% del total, aumentaron a 14% en 2010 y seguirán creciendo hasta "casi 30% en 2100". Lo contrario ocurre con la población en edad de trabajar que cae.” "Tendrá un impacto considerable sobre la seguridad social y el sistema de la salud, es probable que el envejecimiento conduzca a la disminución del crecimiento económico"
"El rendimiento del sistema educativo no condice" con la "estrategia de crecimiento basada en altas competencias, innovación y productividad, las tasas de repetición y deserción altas, la calidad educativa "en proceso de deterioro" y el "17,9% del grupo en edad de asistir a Secundaria no trabaja ni estudia".
"Si bien la red de carreteras es densa, la irregularidad de su calidad resulta particularmente problemática para la competitividad", el transporte ferroviario no representa una alternativa (...) ya que es muy poco competitivo dado el alto grado de deterioro de su infraestructura, producto de años de falta de inversión y mantenimiento".
Sostiene el BM que "mantener un alto crecimiento de la productividad es fundamental para sostener el crecimiento económico".
Como todos los informes de los organismos internacionales, este también, desde las alturas nos muestran nuestras dificultades conocidas por los nativos que vivimos y padecemos el gobierno de los laureles.
Obviamente, dicho informe nada dijo sobre la “inseguridad” que soportamos día a día, sobre el pésimo manejo de la política monetaria, del enorme aparato estatal más las subdiarias de las empresas públicas, de los monopolios perdiciosos, de la falta de confianza de los empresarios, de la alta tasa de desocupación, de la falta de políticas públicas de desarrollo económico, de la pobre inserción internacional de nuestras empresas, de acuerdos de comercio exterior con los principales bloques del mundo, de la falta de esperanza de los habitantes, de las reiteradas huelgas, paros y ocupaciones, del gran poder sindical, de los altos costos país y precios caros, de la falta de apuestas a la competencia para el desarrollo de mercados –internos y externos-, de la falta de confianza en la población para crecer, de terminar de una vez por todas con desarrollos estatales improductivos.
Me queda una pequeña esperanza que el diagnóstico del Banco Mundial, más los problemas señalados entre muchos otros, no permanezcan en los anales de nuestros gobernantes como muchos tantos e implementen rápidamente las políticas y proyectos que intenten ir disminuyendo nuestras carencias y se deje de lado el pensamiento populista del síndrome del “chiquitismo” señalado por Gustavo Grobocopatel, “el rey de la soja".

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Alberto Medina Méndez |
Los imprescindibles pilares del cambio |
El resultado electoral en Argentina ha ilusionado a muchos. Se abre una enorme ocasión no solo para el país, sino también para toda la región. Cierta visión simplista ha instalado la insensata idea de que una nueva gestión de gobierno lo puede resolver todo. Son los mismos que suponen que con un grupo de funcionarios honestos y profesionalmente preparados, resulta suficiente para poner en marcha a una nación.
Eso es deseable que ocurra, pero la honradez y la idoneidad son solo una condición, que no garantiza casi nada. Es evidente que tantos años de anormalidad ocasionaron cierto acostumbramiento. Es por ello que algunos ciudadanos se conforman solo con tener gente honorable al frente del país.
Claro que eso es saludable, pero de ningún modo una comunidad logra progresar exclusivamente bajo esas circunstancias. Al desastre económico e institucional que se percibe con absoluta crudeza, hay que sumarle ese daño casi invisible, que tiene que ver con demasiados malos hábitos, con tantas incorrectas posturas y con la destrucción de la cultura del trabajo.
Diera la sensación de que esta sociedad espera que otro, un tercero, se ocupe de su prosperidad y bienestar. Es como si la eterna búsqueda pasara solo por encontrar a ese líder mesiánico, que se pueda encargar de todo.
Esa fantasía no se corresponde con la realidad. En todo caso, los buenos dirigentes contribuyen de un modo decisivo generando las condiciones esenciales para que ese progreso se produzca pero siempre de la mano de los indelegables esfuerzos personales y las acciones ciudadanas que son las verdaderas herramientas para esa evolución positiva.
Los liderazgos negativos han hecho mucho mal. Su capacidad de destrucción se ha demostrado empíricamente. No solo han sido pésimos administradores dilapidando inmejorables oportunidades, sino que además han fomentado el odio, el resentimiento y la envidia, instalando una perversa dinámica que desalentó a los mejores y aplaudió a los mediocres.
La gente ha tenido la chance de elegir entre continuar de un modo parecido al que señalaba la inercia de ese tiempo, con sutiles matices e improntas personales, o apostar a lo nuevo, a lo que parecía más sensato, razonable y equilibrado. Ha tomado esa decisión con diferentes niveles de entusiasmo.
Los unos y los otros han optado entre las alternativas disponibles y no necesariamente en sintonía fina con sus profundas convicciones. Después de todo eso es lo que ofrece el sistema democrático, un menú de variantes que no siempre se parece a lo óptimo sino solamente a lo posible. Los ciudadanos eligen entonces por preferencia, afinidad o hasta intuición.
Lo que viene será importante y la gestión que se inicia tiene un gran desafío por delante. No solo deberá resolver complejos asuntos, sino que, al mismo tiempo, tendrá que sincerar variables mientras intenta dimensionar el tamaño y la dificultad de los problemas que deberá abordar en el futuro.
No será fácil esa etapa. Muy por el contrario, será un tiempo de idas y vueltas, de tropiezos y avances, pero siempre que el rumbo elegido sea el razonablemente adecuado, el tiempo se ocupará de ir buscando equilibrios en cada una de las cuestiones. Habrá que tener paciencia.
Pero no se agota ahí la cuestión. Lo más difícil tendrá que ver con la capacidad de la sociedad para protagonizar ese cambio. No todo depende de lo que el gobierno de turno pueda hacer, sino de cuan dispuesta esté la ciudadanía para operar los cambios sobre sí misma.
Si cada habitante, sigue haciendo lo mismo de siempre, de idéntico modo, y no se compromete con una mejor versión de sí mismo, es poco lo que se puede esperar de esta etapa que tantas expectativas ha generado.
El prestigioso escritor y filosofo Henry Thoreau decía que "las cosas no cambian, cambiamos nosotros". Por eso aparecen las grandes dudas sobre el período que se inicia. Si la sociedad no ha cambiado y no está dispuesta a hacerlo ahora mismo, difícilmente todo se acomode como se espera.
No es necesario encarar una transformación gigante, sino solo algo mucho más modesto, tangible y cotidiano. Cuando los ciudadanos sean más respetuosos con las determinaciones de los demás, puedan consensuar en vez de imponer, decir "por favor" y "gracias", darle valor a la palabra empeñada, es probable entonces que ese cambio sea posible.
Mientras impere el desprecio por el otro, la desconfianza serial, la confiscatoria rutina de quedarse con el fruto del esfuerzo ajeno, la violenta reacción frente a cada pequeño incidente irrelevante, la revancha sea moneda corriente y la ira le gane a la concordia, nada bueno surgirá de allí.
El próximo gobierno tiene mucho por hacer, pero más importante será la tarea de los ciudadanos para lograr su propia reconversión y desplegar esa capacidad de desaprender para empezar de nuevo, intentando ser mejores, para que la sociedad en la que vive pueda ser distinta a la actual.
El reto es convertirse en agente de cambio, liderando ese proceso, intentando que otros imiten las buenas conductas sin justificarse aduciendo que los demás no reaccionan. Si cada ciudadano se anima a dar ese trascendente paso, a empezar la jornada con esos pequeños gestos en su comunidad, entonces si existe una verdadera oportunidad de cambio.
La nueva gestión podrá ser mejor o peor, pero importa mucho más que los ciudadanos hagan la necesaria contribución en el sendero adecuado. Si se pretende vivir en un lugar mejor, no se debe esperar que solo el gobierno acierte con sus decisiones, también la gente tiene en sus manos el porvenir. Es necesario comprender cuales son los imprescindibles pilares del cambio.

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Dr. Jorge Enrique Yunes Farrud (*) |
Sangrar por la herida |
Era de esperarse. Claro está, no de modo tan categórico. Da vergüenza ajena. Políticamente patética. La Abogada exitosa ha dado muestras una vez más de su bajeza institucional. La leona está sangrando por la herida. Y cómo no, si ha recibido una derrota ejemplificadora a manos del PRO que le marcó definitivamente la cancha en los tres ámbitos más representativos del vasto territorio político: Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Provincia de Buenos Aires y Nación.
Es el broche de oro a estos doce años de condena a la ciudadanía, que tuvo que soportar la soberbia y la arrogancia de su mandataria quien no se cansó de flirtear con la corrupción. Dejó extenuadas las instituciones de la República y agotados sus recursos económicos y financieros.
El Ingeniero Mauricio Macri tendrá una dura batalla para tratar de ir reparando las averías que sufrió este barco que surcó durante doce años las turbias aguas de la impunidad más manifiesta y descarnada.
Pero llega el tiempo de la verdad. Se terminó la mentira, las muecas y las poses ridículas. Se abre en la Nación una ventana a la esperanza. Una enorme bocanada de oxígeno puro hace su entrada y desplaza a este nubarrón viciado de podredumbre y altanería que tanto nos asfixiaba.
No fue fácil. No va a ser fácil. Pero la voluntad, la integridad y el honor de todos aquellos que posibilitamos este Cambio tan deseado y esperado, esta necesidad de recuperar nuestra propia dignidad como Pueblo, como Nación y como Patria, hará posible que tengamos por fin el País que definitivamente nos merecemos.
Ahora le toca gobernar a la Democracia. Ahora le toca respirar a la República. Ahora es el turno de levantar las banderas de la Libertad, de la Prosperidad, del Respeto a las Leyes, a las Instituciones y a la Justicia. Sin más bravuconadas, sin más caprichos, sin más corrupción, y sólo siendo esclavos de la ley para que podamos ser definitivamente libres en paz y armonía. Que así sea.
*Abogado; Dr. en Ciencias Jurídicas y Sociales; Analista Político; Investigador

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