Edición Nro. 2269 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 22 de julio de 2022
 
 
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MÁS ALLÁ DEL RÍO DE LA PLATA - ENFOQUES COMPARTIDOS f
Enrique Guillermo Avogadro
Caretas Reciclables
  • “Los príncipes deben ejecutar a través de otros las medidas que puedan acarrearles odio, y ejecutar por sí mismos aquellas que les reportan el favor de los súbditos”. Niccolò di Bernardo dei Machiavelli

El desastre terminal al que los Fernández² han llevado a la Argentina se agudiza al extremo porque el tablero de control se ha convertido en un caos absolutamente incomprensible. La mesa de comando tiene en su cabecera a la multi-procesada emperatriz patagónica, gran competidora, a quien acompañan su esclavo, el humillado Alberto Fernández, y su siempre oscilante socio, el odiado y aceitoso Sergio Massa, dos claros campeones mundiales en el concurso de intercambio de máscaras.
El traslado de las magistrales actuaciones de los comensales a los ministros y a los secretarios que, al menos en teoría, dependen de aquéllos, y al control de las grandes cajas, celosamente custodiadas (y robadas) por La Cámpora, han transformado al Estado en un paquidermo carísimo, ineficiente, inservible, cómplice y víctima de las garrapatas que viven de succionar su sangre.
Ese irresuelto rompecabezas se complica aún más con las actitudes de los movimientos sociales, que ven amenazada su monumental recaudación por la decisión de Cristina Fernández de entregar la administración de los múltiples planes a gobernadores e intendentes adictos. El jueves, en Plaza de Mayo y frente al Congreso, se dio una situación hasta ahora impensable, ya que compartieron la protesta líderes trotskistas opositores y gerentes oficialistas de la miseria, éstos funcionarios del Ejecutivo, que se imaginan “albertistas”; y con el anuncio de un paro general para el 14 de agosto que formuló la CGT, que dice apoyar al Gobierno pero está muy preocupada porque la corren por izquierda, explica por qué no entendemos nada.
Porque, sin duda, debemos agregar al cuadro el descalabro de una economía que, a través de la descomunal inflación, está empobreciendo a la ya tan menguada clase media, y convirtiendo en miserables hambrientos a tantos compatriotas. En esa situación, mucho más grave y extendida que la que llevó a la crisis de 2001, resulta sorprendente la falta de una reacción explosiva por parte de una sociedad tan abusada y golpeada, a la cual se ríen en la cara los funcionarios, con sus irritantes privilegios, su dilapidación de recursos públicos, su rampante corrupción, sus negociados asesinos con las vacunas, sus fiestas en Olivos, la pavorosa destrucción del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, el creciente desabastecimiento, su supina ignorancia, su injustificable soberbia, su impunidad, su complicidad con el narcotráfico y la violenta inseguridad derivada de éste. La única razón para que todo no salte ya mismo por el aire es que quienes gobiernan hoy son los mismos que entonces organizaron los saqueos.
Cristina Fernández, exhibiendo una vez más su crudo cinismo, trata de despegarse de la total responsabilidad que innegablemente le cabe y, aunque “revolea” ministros, juega a ser oposición pero, claramente, sin admitir la renuncia de su delegado presidencial. La razón es clara: desesperada por su inminente catástrofe penal, buscará ser electa como legisladora por la Provincia de Buenos Aires para conservar la protección de los fueros; no intentará volver a la Presidencia porque, en este tan penoso contexto socioeconómico el riesgo de perder sería enorme, como lo demuestran las crisis que están estallando en todo el mundo, y la dejaría a la intemperie.
Los argentinos, desde ambos costados de la insalvable grieta que nos divide, observamos erradamente los sucesos de Chile, Perú, Ecuador y Colombia. Unos, mirando con esperanza el acceso al poder de una izquierda brava hasta en Brasil, con la cual identifican a Luiz Inácio Lula da Silva, imaginando un continente teñido de rojo; otros, aterrados ante la probabilidad de que el castro-chavismo extienda sus tentáculos más allá de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Pero, salvo en estos tres últimos, en los cuales sus tiranos están férreamente aliados a los militares, todos los países mencionados tienen instituciones fuertes capaces de controlar a sus presidentes y evitar alteraciones extremas.
Guillermo Lasso superó el golpe de Estado que intentó Rafael Correa, el fugado ex mandatario, aliado de los regímenes autoritarios de la región, para recuperar el poder en Ecuador. Gabriel Boric, Pedro Castillo, Gustavo Petro y Jair Bolsonaro no tienen el control de los parlamentos nacionales, ni lo tendrá Lula si triunfara en octubre; mucho menos, sobre los jueces. El chileno, acosado desde los extremos de su coalición, verá naufragar en septiembre el insólito proyecto de Constitución; su homólogo peruano, como sucedió con tantos de sus predecesores que terminaron en la cárcel o se suicidaron, se encuentra a tiro de la destitución por el Congreso; el Presidente electo colombiano, que recién asumirá el 7 de agosto, ha debido anunciar ya un Ministro de Economía pro-mercado; y su actual colega brasileño no podrá desconocer un eventual resultado electoral adverso, pese a sus amenazas en ese sentido.
Nuestras instituciones, bajo fuego durante dos décadas y, en muchos casos, colonizadas por el oficialismo, son débiles al extremo. Néstor y Cristina Kirchner, durante tres períodos, y ahora Alberto Fernández, destruyeron todos los organismos de control y, hasta las elecciones del año pasado, habían logrado transformar al Congreso en un mero circo de brazos enyesados y en un gran aguantadero de delincuentes, mientras combatían con saña a la prensa libre e intentaban saquear aún más al campo, pretendían “democratizar” a la Justicia para evitar comparecer luego ante ella y, dado el fracaso de la tentativa de cooptación, pauperizaban a las fuerzas armadas y a sus miembros, que perciben salarios dos tercios inferiores a los de las fuerzas de seguridad y recuerdan a sus miles de camaradas presos por defendernos del terrorismo, víctimas de una sociedad hipócrita, representada en los tribunales por verdaderos asesinos togados.

Otros tiempos...




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Crónica de otros tiempos
Calendario cívico
(Por Julio María Sanguinetti) El pasado 18 de julio el país volvió a celebrar su fecha histórica mayor, la de la jura de su primera Constitución en 1830. Y decimos mayor sin desmedro para la declaratoria del 25 de agosto de 1825, sin duda un hito relevante en nuestro proceso fundacional, pero que no significó la independencia plena de nuestra República: se precisaría de las gestas militares de Rincón, Sarandí y la patriada formidable de la campaña de las Misiones, para que finalmente se llegara a la Convención Preliminar de Paz que, en 1828, reconoció la existencia jurídica de nuestro incipiente Estado y formó el primer gobierno provisorio.

El hecho es que desde 2006 no se celebraba el 18 de julio, en la Plaza Constitución, en virtud de una infortunada desvalorización que los gobiernos frentistas hicieron de un calendario cívico que es de enorme valor en la cultura ciudadana.
Esta actitud coincide con una enseñanza de la historia que se ha sobrecargado de historia reciente, ha desvanecido el proceso constitutivo de la República y la conquista progresiva de su estructura democrática y sus valores más relevantes. Esto no ha sido inocente, sino que -por el contrario-se ha organizado para instalar un relato falacioso sobre el proceso de la caída en la dictadura. Ante todo, se disminuye el papel central del MLN con su irrupción violenta en una sociedad uruguaya que luego de años de paz, con sorpresa fue invadida por un mundo de secuestros, asesinatos y revuelta que, bajo la inspiración de la mística revolucionaria de Cuba, pretendía inscribirnos en esa utopía de triste final.
Sin la guerrilla nadie puede históricamente explicar de modo válido la irrupción militar. Nada disminuye la responsabilidad de los mandos militares que nos llevaron al golpe de Estado, pero tampoco se entiende su avance sobre los poderes públicos sin el protagonismo que le atribuyeron los movimientos guerrilleros. Ellos sacaron de los cuarteles a una fuerza militar que desde hacía un largo medio siglo acompañaba en orden la vida institucional republicana. No fue su propósito, naturalmente, abrirles esa oportunidad, pero el hecho es que le alfombraron el camino a los golpistas.
Ese relato también suele esconder otro episodio muy revelador que fue el apoyo del Frente Amplio al golpe en febrero de 1973. No se puede minimizar su enorme significado político: si las dictaduras son de izquierda, no importan las libertades... Podría pensarse que esto no pasó de ser un mal episodio de un mal momento, pero cuando medio siglo después se defiende el totalitarismo cubano y se cohonestan las dictaduras venezolanas y nicaragüenses, queda claro que ello define a una coalición de izquierdas en que los valores sustantivos de las libertades públicas no están en su identidad. Ni aun la dramática experiencia de lo vivido, le ha modificado sustancialmente ese pensamiento, que se reitera hoy en su visión de nuestra América Latina.
Las celebraciones patrias no son mera retórica. Son las ocasiones obligadas para que todo el sistema educativo las analice y sirvan de lección sobre los valores republicanos. Recordar nuestra primera Constitución es la celebración de todas las Constituciones posteriores, hasta la que hoy rige la vida del país. Todas ellas, con sus modificaciones sucesivas, nos han marcado el largo periplo de la vida institucional, al principio todavía más programa que realidad, en un Estado aun sin estructura, para ir alcanzando la plenitud posterior. Nuestra caída en 1973 y las claudicaciones que a derecha e izquierda se vivieron nos imponen una renovada docencia cívica hacia las nuevas generaciones. Hablar de democracia es hablar de Estado de Derecho, cuyo sustento es, precisamente, la Constitución.
Un párrafo merecen también las protestas que han acompañado normalmente a estos episodios. Son la parte molesta del ejercicio pleno de nuestras libertades. Decimos molesta, porque si todos tienen el derecho a expresar sus reclamos, no es democrático perturbar el normal funcionamiento de un acto serio con griteríos que pretenden impedir que quienes representan a la autoridad legítima puedan realizar actos imprescindibles para la vida cívica. Quienes así actúan, hoy por las vacunas, ayer y mañana por otras consignas, debieran actuar con el respeto que a todos nos imponen ese ejercicio de libertades. Habrá de buscarse el modo de que esas presencias no desvirtúen ceremonias que poseen un hondo contenido cívico.
En términos generales, el calendario cívico no es una mera formalidad. En todas las grandes democracias así se entienden. Sin ir más lejos, la celebración del 14 de julio en París, y este año los maravillosos fuegos artificiales en la Torre Eiffel, fueron la expresión jubilosa de una democracia que proclama su plenitud con alegría y convoca a la unidad popular. Así debe ser también entre nosotros, como fue en su tiempo.
(Nota que se comparte con Correo de los Viernes)

Crónica de otros tiempos

Lavalleja

"Pisan la frente del húmedo arenal Treinta y Tres hombres.
Treinta y Tres hombres que mi mente adora,
Encarnación, viviente melodía,
Diana triunfal, leyenda redentora
Del alma heroica de la patria mía".
Juan Zorrilla de San Martín

 

Minas fue su cuna. El año 1779 le vio nacer trayendo en su destino la grandeza y la gloria de los elegidos.
Luchó al lado del héroe máximo de nuestra historia, y junto a él combatió en Las Piedras el 18 de mayo de 1811. Sus hazañas le valieron el ascenso a capitán.
Siguió su trayectoria militar, unas veces derrotando al enemigo y otras, recibiendo el mazazo de la derrota.
En 1818 cae prisionero cuando se hallaba al frente de la vanguardia artiguista, en el Valentín, y fue enviado a la Isla Das Cobras donde sufrió terrible cautiverio que duró tres años.
En 1821 vuelve a la entonces Provincia Oriental y encuentra a Rivera sirviendo con los portugueses que habían dominado esta querida tierra, y en número de 33 hombres libres juran libertarla y echar fuera al enemigo invasor.
Y esa es la noche gloriosa del Desembarco de los Treinta y Tres, el 19 de abril de 1825.
Aún resuenan entre las arenas de las playas y de los bosques las patrióticas palabras de tremendo compromiso, que en versos del poeta dicen así: ”¿Juráis mis bravos redimir la patria, doquier siguiendo su gloriosa huella, y si es preciso perecer por ella, juráis mis bravos ante el mundo y Dios?” Y un solo grito que pobló la selva rodando al fondo por sus hondos huecos, responde al héroe en sus tridentes ecos: “Sí Lavalleja, ¡lo juramos, Sí!”
Sigue Juan Antonio Lavalleja su sucesión de triunfos que lo llevan hasta la declaratoria de la independencia el 25 de agosto de 1825, y la batalla del Sarandí el 12 de octubre del mismo año.
Muchas más fueron sus hazañas; muchas más relata la historia, y mientras haya uruguayos vivirá imperecedera la memoria de este jefe que entregó su alma a Dios el 22 de octubre de 1850.
María Luisa González Soria, 1953



 



 

 
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