Edición Nro. 2208 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 30 de abril de 2021
 
 
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Enrique Guillermo Avogadro. -
¿A la Rural de Palermo o al frigorífico?
  • "De nada vale una urna si el que mete el voto en ella es analfabeto, y
      que con muchas mulas de varas, ovejas pasivas o cerdos satisfechos
      en lugar de ciudadanos, no hay quien saque un país adelante".
      Arturo Pérez-Reverte
Estamos en un brete terminal y sólo nosotros tenemos la capacidad de elegir entre algún futuro razonable o si, por el contrario, convertiremos a Tato Bores, en su recordado rol de arqueólogo, en un preclaro profeta; vestido de safari, contaba "Dicen que aquí hubo un país que se llamaba Argentina", señalando un mapa de América del Sur en el cual, simplemente, nuestro país faltaba, reemplazado por el océano. ¿Queremos ir a competir en la feria global o nos resignamos a desaparecer, como ha sucedido con tantas civilizaciones y naciones en el pasado?
Hace casi ochenta años que nos deslizamos rápida o lentamente por una pendiente que ha hecho que nuestro país resulte absolutamente irrelevante en el planeta, que nadie nos tenga en cuenta en el concierto mundial (salvo para expoliarnos, como China), ni siquiera en América Latina. Contemporáneamente hemos logrado que cuatro (seis, si hablamos de los chicos) de cada diez habitantes sean pobres y muchos tengan hambre.
Hasta aquí nos han traído la extendida corrupción pública y privada y los populismos de todos los colores y, peor aún, la idea de que sólo tenemos derechos y no obligaciones ha permeado en todas las clases sociales. Una inmensa mayoría de nuestros ciudadanos cree que no tiene por qué pagar los servicios (energía, transporte, comunicaciones, salud, educación, seguridad y defensa). Pretenden que se nos "regalen" la electricidad y el gas que usamos, los colectivos y trenes con los que viajamos, y hasta el fútbol que vemos, mientras exigimos excelentes prestaciones; a la vez, no nos indigna la bajísima la remuneración de nuestros médicos y enfermeros, profesores y maestros, policías y soldados, y jubilados y pensionados.
Hubo pruebas recientes de ese disparate generalizado. Con la energía subsidiada durante los anteriores gobiernos kirchneristas, muchos miembros de las clases más acomodadas calentaban el agua de sus piscinas y, cuando el gobierno de Macri intentó ajustar las tarifas, el 48% de la sociedad eligió a los Fernández², encandilada por sus cantos de sirena. Hoy, si la oposición explicara que se acabó la fiesta y hay que pagar la cuenta, que somos una nación pobre sobre un territorio ubérrimo, que es imperioso hacer drásticas reformas y reducir el gasto público porque ya no tenemos a quien pedir prestado, seguramente volvería a perder las elecciones, aún en medio de la sideral catástrofe moral, económica, sanitaria, social y educativa que la actual gestión ha producido.
Algunos miembros de la oposición no encuentran el camino; continúan actuando caballerescamente pese a que están jugando con tramposos y tahúres inescrupulosos. Deben convencerse de que con el kirchnerismo y con su jefa es imposible negociar nada, y la única actitud valedera es enfrentarlo en todos los terrenos y plantar cara a los avances que, diariamente, realiza sobre la poca institucionalidad que nos queda. Hubieran debido entender que las elecciones de este año serán esenciales y peligrosas, pero han permitido que el Gobierno importe votantes pobres y que fuertes espadas del Instituto Patria se encaramaran en la Justicia electoral, ocupando el crucial Juzgado Federal N° 1 de La Plata -Alejo Ramos Padilla- y un cargo en la Cámara Nacional Electoral (Raúl Bejas, ex apoderado del PJ de Tucumán).
Entonces, ¿cómo solucionar ese trágico intríngulis? En el mundo entero, la democracia está siendo cuestionada y, tampoco en este tema, somos los argentinos una excepción. Especialmente porque, como está a la vista, nuestros actuales mandatarios no sólo descreen de ella sino que, para cumplir sus objetivos de impunidad y trascendencia dinástica, quieren terminar con la Constitución, con el Poder Judicial y con la Procuración; a estos propósitos se endereza toda su proceder, incrementando la canallesca  pobreza -para garantizar la dependencia del auxilio estatal- e impidiendo la educación, sumergiendo en el barro sindical más inmundo a todo el genial proyecto de Domingo F. Sarmiento, que nos transformó en un faro mundial.
Las imperiosas reparaciones -fiscales, laborales y previsionales, educacionales, políticas, económicas, financieras y monetarias, sociales, de relaciones exteriores, seguridad y defensa- que tenemos que hacer en esta nave que llamamos Argentina enfrentan todo tipo de obstáculos, partiendo del más grave que es, precisamente, esa convicción generalizada de feliz dependencia del Estado para sobrevivir que he descripto más arriba; pero a ella debemos sumarles las que provienen de la misma corporación política (refractaria a ceder privilegios), del excesivamente protegido empresariado (siempre dispuesto a pescar en la bañadera y cazar en el zoológico) y de los extorsionadores sindicatos que, salvo honrosas excepciones, traban la educación y cualquier posibilidad de reforma laboral, a pesar de la pérdida de empleos que conlleva el anacrónico sistema actual.
Pero la historia reciente nos confirma que, sin amplias mayorías en las cámaras legislativas, de las que ninguna fuerza política dispone ya, y sin audacia y férrea voluntad del Ejecutivo, nada resultará posible. Entonces, ¿cómo lograrlo? Debemos encontrar, olvidando la corrección política, algún formato de gobierno que nos permita enfrentar al gran enemigo, el socialismo del siglo XXI, y realizar los indispensables cambios que nuestro país necesita imperiosamente sólo para continuar existiendo como tal.



ADVERTENCIA: Los artículos periodísticos firmados son de la exclusiva responsabilidad de sus autores. La Dirección.



Oposición y gobierno
Por Julio María Sanguinetti. En tiempos de emergencia, no hay dudas: hay que ayudar al gobierno. Sea quien fuere. Trátese de un conflicto internacional, como fue el episodio de Gualegaychú, durante el gobierno del Frente Amplio, en que todos apoyamos sin reserva alguna, o económicos, como la crisis de 2002. En ese caso, el Frente Amplio, como ahora, jugó a la dualidad, con Astori hablando con tono comprensivo y el Dr. Vázquez llegando a pedir el default, la quiebra del país, tal cual lo exigía nada menos que el Fondo Monetario Internacional. Por supuesto, a la hora de votar leyes, no votaron nada y cada tanto reclaman que se les agradezca que no incendiaron el país.
Por estos días, reclaman más espacios de diálogo y organizan caceroleos. Se oponen a la ley que prohibió aglomeraciones para evitar contagios y, al mismo tiempo, sus grandes referentes piden "toque de queda", como mi colega Mujica, o "estados de excepcion", como Orsi. Votaron numerosos artículos de la LUC y ahora piden firmas para derogarlos en un referéndum. Piden recursos extraordinarios y después no votan el impuesto solidario a los sueldos mayores. Se opusieron a la reapertura de las escuelas el año pasado y la reclaman ahora en un momento mucho más grave. Reclamaban una aplicación irrestricta de las medidas sugeridas por el GACH para disminuir la movilidad, pero al mismo tiempo apoyaron episodios tan fuera de lugar como la marcha del 8M. Como si todo esto fuera poco, califican de "política barata" la gestión del gobierno. Y sus militantes, se ha comprobado, explotan la penuria de la gente usando crudamente las ollas populares para hacer propaganda sin que nadie aclare o pida disculpas.
Todo esto revela, una vez más, la dificultad que tiene el Frente Amplio para ubicarse en un rol opositor que la actual generación de dirigentes no soñaba para sí. Los viejos referentes, los fundadores, transitaron años en la oposición. Los actuales crecieron saboreando los mieles de un gobierno que disfrutó de la suerte histórica de la gran bonanza de los precios internacionales de la década que arrancó en 2004. Por eso creen que la economía no tiene restricciones y que el dinero llueve del cielo, mientras tratan de reacomodarse en la carrera por el liderazgo interno que ya se largó.
Un reflejo antiautoridad, que todavía persiste, les lleva a vivir acosando a la Policía. Cualquier intervención suya es "un exceso". El "abuso policial" es parte de su discurso habitual. Y allí está el corazón de su propuesta de referéndum contra una ley que ha sido fundamental para que la Policía pueda actuar como lo está haciendo, con más presencia y -sobre todo- decisión.
Viven una especie de rencorosa revancha por lo que fue uno de sus mayores fracasos. Ideologizaron el delito y su represión, en una clave extraña de negación y voluntarismo. Por eso entregaron al país en manos del narcotráfico y con un delito en crecimiento en todas sus modalidades. Hoy el combate contra el crimen organizado está a la vista. Es sacrificado, pero se viene haciendo con resultados evidentes. No es casualidad, por lo tanto, que una reciente encuesta de opinión sobre el prestigio de las instituciones, ubique a la Policía en el primer lugar. Es un relevamiento que se hace desde hace muchos años y por eso posee un valor importante de comprobación. Ello nos lleva a la importancia que para nuestra sociedad tiene esa recolección de firmas que impulsan el Frente Amplio y el sindicalismo.
Son muchas las medidas de la ley a defender. En el mundo laboral o en la institucionalidad educativa, por ejemplo. Pero al tema de seguridad le damos una enorme relevancia, la mayor. Fue durante los últimos años la preocupación casi excluyente y continúa siendo un combate diario. La expansión de la droga y su comercialización ilícita han generado un submundo social que aflora diariamente en la aberración de sus crímenes. El vínculo con el delito organizado en el mundo también, aunque da la impresión que los sucesivos golpes que se le ha dado a esa oscura práctica, desalentarán a sus responsables. El Uruguay estaba -está- en el mapa mundial del tema. La eficacia policial permite abrigar una esperanza razonable de que podamos salir de ese ominoso registro.
Nos parece fundamental, por lo tanto, que estemos muy atentos al tema de este malhadado referéndum. Por ahora no ha logrado instalarse en la opinión y de ahí la inconstitucional propuesta de alargar el plazo de recolección de firmas. No es un tema más. Es muy importante que el mensaje de la ciudadanía sea claro y descarte definitivamente ese intento, reflejo ciego de un espíritu opositor que mezcla prejuicios y pasiones, al tiempo que pretende una revancha imposible. Como en la cuestión de la seguridad ciudadana fracasó, el Frente Amplio pretende arrastrar también a ese fracaso al gobierno actual.
Eso no puede ocurrir. No debe ocurrir. Sería otra pandemia.
(Nota que se comparte con Correo de los Viernes)

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