Edición Nro. 2283 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 28 de octubre de 2022
 
 
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MÁS ALLÁ DEL RÍO DE LA PLATA - ENFOQUES COMPARTIDOS f
Enrique Guillermo Avogadro
¿Qué será de la herencia?
  • “Lo cierto es que, para evitar un cataclismo, debe estar dispuesto a dar malas noticias y a convencernos de que ellas son correctas e imprescindibles”. Jorge Fernández Díaz
Los laureles eternos de los que habla nuestro Himno tristemente se han marchitado hace mucho, y los libres del mundo no responden ya “al gran pueblo argentino, salud”, porque hemos hecho todo lo necesario para asombrarlos con nuestra compulsión autodestructiva, rayana en el suicidio. Pero aún tenemos una oportunidad; sólo se trata de no ser tan imbéciles como para dejarla pasar una vez más, porque seguramente será la última.
Más allá de la implosión del peronismo que desnudó la multiplicidad de convocatorias para conmemorar el Día de la Lealtad –el resto son, por supuesto, de la traición- quienes en ellas hablaron dejaron sentado, lo dijeran con mayor o menor énfasis o hasta con cierto terrorismo verbal, que ahora son férrea oposición a su propio Gobierno; sin embargo, el truco ya no convence, y de allí la escasa concurrencia que lograron. Pero también quedó en claro que, cuando el Frente de Todos pierda las próximas elecciones, algo para ellos ya inevitable, resistirán todo y cualquier cambio, inclusive aquellos que debieran ser gratos para los oídos de los líderes sindicales, puesto que permitirían crear empleos privados y registrados, es decir, aumentar el número de afiliados a sus propios gremios.
A partir de la semana próxima, toda la sociedad será víctima de una nueva extorsión de los violentos camioneros de Hugo y Pablo Moyano, que han amenazado con convertir el reciente y costosísimo paro de los trabajadores del neumático en un mero juego de niños y, de no obtener el 131% de aumento que pretenden, paralizar el país interrumpiendo, desde el miércoles, el transporte de cargas, alimentos y combustibles y la reposición de dinero efectivo en los cajeros automáticos.
Quien quiera llegue al comando del desastre en que hemos convertido (o tolerado que lo hicieran) a este país tan gravemente enfermo de sí mismo desde hace demasiadas décadas, deberá hacerse cargo de una explosiva herencia, con bombas cebadas y quinta-columnas en cada esfera del Estado y en la economía. Pero aún estará a tiempo de evitar la desaparición de la Argentina como nación independiente; esta imagen no es exagerada, porque un nuevo escenario global se ha abierto por la criminal invasión de Rusia a Ucrania, y ese mundo en crisis y con hambre no podrá aceptar que sigamos desperdiciando nuestra inmensa capacidad de producir alimentos, energía y recursos naturales indispensables.
Aunque obvias, la magnitud de nuestro drama amerita hacer una lista de títulos de reformas indispensables: respetar a rajatabla la Constitución; conformar un federalismo real y no declamado; dividir la Provincia de Buenos Aires y unificar otras en regiones; recuperar la seguridad jurídica; depurar el galimatías de leyes y decretos; honrar nuestros compromisos locales y externos; generar la confianza internacional necesaria para atraer inversiones; modificar los códigos para acelerar los procesos judiciales; sancionar las leyes de boleta única y de ficha limpia; imponer el “juicio de residencia” para los cargos electivos, ministros y jueces; racionalizar el inicuo sistema tributario y el régimen laboral (éste, para el futuro); reducir el gasto achicando todos los organigramas; profesionalizar el empleo público en los tres niveles del Estado y cambiar su estatuto.
E incorporar a esa enunciación: recuperar los valores y la cultura del trabajo para terminar con la pobreza y la indigencia; mejorar el sistema jubilatorio y elevar la edad para acceder; abolir el sistema sindical de gremio único por actividad y afiliación obligatoria; acabar con las patotas y los piquetes; recuperar la educación pública y establecer que sólo los mejores pueden enseñar; tender lazos comerciales con todas los países en función de intereses permanentes y no de ideologías; devolver la excelencia del personal diplomático y eliminar las designaciones a dedo; luchar hasta terminar con la inflación; liberar los mercados de cambio; sincerar todas las variantes económicas y las tarifas; terminar con los subsidios distorsivos; privatizar todas las actividades económicas en manos del Estado y cerrar las empresas públicas deficitarias; modernizar el equipamiento de nuestras fuerzas armadas y mejorar sus salarios; resolver la inicua situación de los presos políticos militares; luchar efectivamente contra el narcotráfico y sus cómplices, y contra la inseguridad; bajar la edad de la imputabilidad penal; aniquilar el terrorismo de los falsos mapuches; establecer una política de inmigración acorde con nuestras prioridades; etc..
Será una tarea muy difícil y, para complicarla más, deberá encararse de inmediato, porque la situación en que se encuentra el país no admite demoras y la luna de miel no podrá extenderse más allá de algunos días. El próximo Presidente deberá ser sumamente resiliente, porque todos quienes lucran con los privilegios y la corrupción que genera el increíble cosmos de regulaciones y disparates en que se asienta este triste status quo -se trate de funcionarios y dirigentes gremiales y sociales, se trate de industriales que sólo saben pescar en la bañadera y cazar en el zoológico-, intentarán derrocarlo desde el primer día, utilizando quizás hasta la violencia callejera.
Pero si esa oposición que se vislumbra ganadora –no tanto por sus escasos méritos sino por el claro fracaso del populismo sin dinero- plantea, desde ahora mismo, propuestas esperanzadoras que permitan soñar con un horizonte en el que cada generación quiera permanecer en el país para tirar del carro común y vivir mejor que la anterior, contará con el apoyo social necesario para cambiar 180° el rumbo, y podrá fijarlo durante sucesivas administraciones, transformándolo en permanentes políticas de estado.
Si el nuevo Presidente es valiente, si tiene el coraje de encarar a cualquier costo la ciclópea tarea, la ciudadanía en su conjunto lo acompañará y lo incorporará, sin dudas, a la nómina gloriosa de quienes, desde Juan Bautista Alberdi, Domingo F. Sarmiento y Julio A. Roca en adelante, forjaron este país tan lejano que, hace ya demasiados años, admiró al mundo entero al erradicar el analfabetismo generalizado, integró su inmenso territorio, tuvo los mejores establecimientos educativos de América, permitió una veloz movilidad social ascendente basada en el esfuerzo y el mérito personal, alcanzó un producto bruto interno superior a casi todos los de Europa, rivalizó con los Estados Unidos en imagen y atractivo, y alimentó a los pueblos necesitados.



ADVERTENCIA: Los artículos periodísticos firmados son de la exclusiva responsabilidad de sus autores. La Dirección.



Historia por decreto
Por Julio María Sanguinetti. Hace pocos días, la arbitraria Comisión Honoraria de Sitios de la Memoria, autoerigida desde hace algunos años en un tribunal oficial de justicia histórica, colocó una placa en el lugar que se supone ocurrió el combate de Salsipuedes, o -como dice el historiador Acosta y Lara- la "guerra de los charrúas".

Podemos aceptar que el hecho mereciera recordarse porque es uno de los últimos episodios de los choques entre la sociedad hispano-criolla y los retazos remanentes de la etnia charrúa, disminuida desde hacía muchos años. Luego de las persecuciones sufridas en Entre Ríos y dos siglos de asimilación de la mayoría indígena, de origen fundamentalmente guaraní, poco quedaba de esa primitiva tribu charrúa.
Con todo, el episodio no fue el último, porque bien podría añadírsele el del cruel asesinato de Bernabé Rivera, ocurrido poco después en Yacaré Cururú a manos de los remanentes grupos charrúas que, como se advierte, no habían desaparecido en ese presunto genocidio del que falsamente suele hablarse.
La cuestión merecería un tratamiento serio y honesto, sin anacronismos absurdos, porque tan falso como decir que entonces "masacraron a gran parte de la nación charrúa", asesinando "ancianos", es lo que afirmó uno de los oradores del acto, añadiendo que Salsipuedes es "evidencia histórica de un proceso continuo de violación que se perpetúa hasta nuestros días". ¿Hasta nuestros días, etnias indígenas sometidas?
Por supuesto, una vez más se responsabiliza al Presidente de la República General Fructuoso Rivera, a quien por unanimidad la Asamblea General le había encargado la restauración del orden en la región y la preservación de la vida de los habitantes constantemente amenazados, saqueados, raptados y asesinados. Según la crónica de "El Telégrafo" de Paysandú tampoco faltó, para nosotros en lo personal, algún cuestionamiento por sostener lo que sostienen todos quienes se han asomado al tema, seriamente, desde la historia o la antropología.
Es realmente increíble que en una sociedad como la nuestra, amalgama de gente de los más diversos orígenes, se hable de pueblos sometidos, como si tuviéramos todavía poblamientos indígenas. En la estructura biológica de un uruguayo contemporáneo hay rastros de los más diversos orígenes, europeos, africanos, asiáticos, como lo han venido demostrando los recientes estudios del ADN. Eso, sin embargo, no es lo importante para quienes, desde una visión humanista, impugnamos toda concepción racista, porque lo que importa es la cultura, los modos de pensar y vivir, la lengua, los sistemas de valores. En esa dimensión nuestra sociedad es, felizmente, un ejemplo de integración, más allá de las diferencias sociales, económicas y políticas propias de una vida democrática y plural.
Como dice Lincoln Maiztegui, destacado historiador de origen blanco, hablando de Salsipuedes, "en realidad nadie saber con certeza lo que aconteció. Lo único indiscutible es que el país entero -indios asimilados incluidos- en 1831 pedía a gritos una acción drástica porque la amenaza que constituían era pavorosa". Quizás la más clara prueba de ese espíritu, es la orden que Juan Antonio Lavalleja, por entonces Gobernador Provisorio, le da la orden a Fructuoso Rivera, Comandante de la Campaña y poco después Presidente, de "proceder con mano de hierro" frente a los "excesos cometidos por charrúas". Dispone, en febrero de 1830: "...para contenerlos en adelante y reducirlos a un estado de orden y al mismo tiempo escarmentarlos, se hace necesario que tome las providencias más activas y eficaces... Dejados estos malvados a sus inclinaciones naturales y no conociendo freno alguno que los contenga, se librarán sin recelo a la repetición de actos semejantes al que nos ocupa".
Podríamos seguir acumulando claros testimonios de la insostenible situación que se vivía y del ánimo humano del Presidente Rivera, que, como dice José Enrique Rodó, en su larga trayectoria militar, nunca derramó sangre que no fuera en combate. Que fue lo que pasó allí. Rivera quería la pacificación y creía que era posible. No lo fue, se trabó ese combate, hubo desgraciadas muertes de ambos lados, pero 300 prisioneros hablan del ánimo magnánimo de quien no caía nunca en la tentación de la venganza.
Lo inaceptable es que instituciones del Estado se crean en el derecho de retorcer la Ley No. 19.641 que cometió establecer sitios de Memoria Histórica sobre el "pasado reciente" para llevarla hasta un episodio de abril de 1831. Así lo entendió oportunamente la Fiscalía de Gobierno y así lo dice la intención inequívoca de la norma. Desgraciadamente un "charruismo" trasnochado y antihistórico no ceja en su empeño de denostar al caudillo más popular de la revolución de la independencia, instalando además en la sociedad uruguaya una suerte de culpa colectiva que intenta herir nuestra identidad nacional. Lejos de ello, nuestra nación, oriental primero, uruguaya más tarde, es el resultado exitoso de un largo proceso de construcción social, en que se mezclaron los españoles y portugueses con la escasa población indígena, al tiempo con el aporte africano y más tarde con los aluviones inmigratorios que a finales del siglo XIX y comienzo del XX de algún modo lo refundaron con gente de los más diversos orígenes. Naturalmente, son procesos complejos, nunca lineales, a veces se generan rezagos pero nuestras instituciones republicanas amparan a todos bajo sus leyes.
Es triste tener que estar en estos debates antihistóricos, cuando tantas causas nos convocan desde el pasado para entender el presente y seguir mirando adelante. En cualquier caso, no cejaremos en nuestro empeño.



 



 

 
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