Edición Nro. 2182 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 25 de septiembre de 2020
 
 
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Enrique Guillermo Avogadro
Los fracasados van a la guerra
  • "Era más que claro que se había puesto en marcha un modelo de
     regresión del ingreso y empobrecimiento generalizado que
     intentaron maquillar con la mentira de la 'pesada herencia'".
                        Cristina Fernández de Kirchner, en "Sinceramente"
Después de tanto triunfalismo del Presidente al comparar su gestión de la crisis con naciones del mundo entero, está claro su fracaso total tanto por el número de infectados y muertos cuanto por la destrucción masiva de la economía que el confinamiento eterno y ayer nuevamente extendido ha producido. La pobreza ya supera el 50% de la población (era 30% cuando asumió), sólo en el segundo trimestre del año se perdió un millón de puestos de trabajo y se duplicó el porcentaje de quienes pasan hambre.
A la luz de los actuales indicadores socio-económicos, encabezados por la monumental devaluación del peso que llevó la cotización del dólar a $ 140 por unidad (en octubre de 2019 era $ 65) licuando salarios y jubilaciones, y medidos por la caída en el consumo de los más básicos alimentos, sorprende -aunque no debería- el silencio sepulcral de las figuras públicas que, desde enero de 2016, se sumaron al "club del helicóptero" mientras lloraban ante las cámaras por el desastre que -decían- provocaría la dictadura de Macri. ¿Qué fue de Pablo Echarri, Raúl Rizzo, Gerardo Romano, Dady Brieva y tantos otros mediáticos que decían no poder, siquiera, pagar el alquiler? 
A pesar de todo ese inventario de monumentales desastres que la errática y torpe gestión de Alberto Fernández ha producido y que, sin duda, deben incluir el cierre hermético de nuestra economía y de la educación (por imposición de los gremios), la huída en desorden de tantas empresas y la emigración de los más preparados de nuestros jóvenes (tal como sucedió en Venezuela), el Presidente ha entregado el manejo de la agenda oficial a Cristina Fernández, que la ha centrado en su ansia de venganza e impunidad. 
Así, a la conducción del Ejecutivo, donde puso al grouchomarxista, y del Poder Legislativo, que ella ejerce arbitrariamente en el Senado mientras su hijo Máximo y el 'aceitoso' Sergio Massa lo hacen en Diputados, esta semana le agregó nada menos que el Poder Judicial. Desplazó, con su mayoría automática, a los camaristas que confirmaron sus procesamientos y a un juez que debería juzgarla por su tan desmedida corrupción; la Corte Suprema lo tolera guardando un ya inexplicable silencio y abdica así del rol de última barrera frente a los tiránicos avances sobre la Constitución.
Por expresas instrucciones de su Vicepresidente, Alberto Fernández ha iniciado una guerra sin cuartel contra la Ciudad de Buenos Aires, en la cual curiosamente ambos viven, para intentar la destrucción del principal bastión opositor y del político -Horacio Rodríguez Larreta- que encabeza el ranking de imagen positiva en todo el país y, especialmente, en el Conurbano bonaerense, enclave del cual Cristina Fernández extrae su caudal electoral. Como es tan habitual en él, el Presidente no duda en mentir descaradamente, traicionar todas sus promesas y promover el odio entre la capital y el interior, en un retroceso histórico de ciento cincuenta años.
La viuda de Kirchner, preocupada por la alta probabilidad de perder las elecciones de medio término en 2021 por la crisis económica, aceleró en todos los terrenos, incluyendo la persecución personal a Mauricio Macri, traducida en el allanamiento a su casa para verificar si violó la cuarentena al recibir a un par de intendentes; fue tan burda la maniobra que obligó a recordar la reunión que el Presidente mantuvo con Hugo Moyano y las familias de ambos en Olivos, sin barbijos ni distancia prudencial.
Argentina se ha convertido en un país donde no se respeta norma alguna, las reglas de juego cambian permanentemente, carece de seguridad jurídica y la propiedad privada es desconocida, sea por la imposición de impuestos confiscatorios, sea por la impune ocupación de tierras. El cepo y la suicida política cambiaria, la mayor intervención estatal en la economía, la falta de un plan de salida de la crisis y el dibujo de un presupuesto incumplible obligarán a avances mayores sobre el sector privado, puesto que no habrá un serio ajuste del gasto público en un año electoral tan crítico para el futuro de la coalición gobernante. Este experimento chavista de control social y de empobrecimiento general deberá financiarse, en un contexto donde la confianza interna y externa ha dejado de existir.   
Así, con excusas ideológicas pero sólo para servir a los intereses bastardos de Cristina Fernández, hemos entrado en un sendero de confrontación tan extrema que resulta harto difícil prever cómo concluirá; el final podría ser un conflicto en la calle en el cual tendrán especial protagonismo los recalcitrantes delincuentes liberados con la excusa del Covid-19, las bandas de narcotraficantes que disputan a tiros el control del territorio, ex policías defenestrados y hasta los barrabravas que, años ha, fueron organizados por el kirchnerismo en Hinchadas Unidas Argentinas. 
Para hoy mismo, a las 1600 hs., se ha convocado a un nuevo banderazo; estoy convencido de la necesidad de que sean los líderes de la oposición quienes se pongan a la cabeza del mismo, para evitar un nuevo "que se vayan todos" y porque sólo la ocupación masiva de la calle por quienes queremos vivir en una república democrática podrá evitar ese triste y sangriento final.



ADVERTENCIA: Los artículos periodísticos firmados son de la exclusiva responsabilidad de sus autores. La Dirección.



Crónica de otros tiempos

Pandemia política

Somos ciudadanos de un país cuyos impuestos se pagan a punta de pistola, con un millón de ciudadanos que malviven por debajo de la línea de pobreza, y otros dos que tienen dificultades para satisfacer sus necesidades básicas más apremiantes, entre ellas la comida y la vivienda.
Somos ciudadanos de un país cuyos servicios públicos roban sin contemplaciones, y que se han transformado en caja desvergonzada de recaudación de la conducción económica, con resultado final que obliga al consumidor a pagar las naftas más caras de la región y del mundo, al igual que las facturas leoninas de la electricidad, gas y teléfonos.
Somos ciudadanos de un país en el cual las entidades financieras de crédito se han multiplicado a gusto y paladar, entreveradas en competir con tarifas de usura aprovechando las necesidades apremiantes, crecientes y básicas de la población.
Somos ciudadanos de un país que nos atiborró de cámaras de vigilancia ciudadana, so pretexto de garantizar una seguridad individual y colectiva que no es tal, al punto que la delincuencia y narcotráfico campean a sus anchas en los 187 mil quilómetros cuadrados de superficie territorial.
Somos ciudadanos de un país que exhibe una estructura docente absolutamente perimida, con deserción estudiantil masiva a partir del tercer año escolar.
Somos ciudadanos de un país cuya corporación política no está dispuesta a resignar sus privilegios, y que ha eludido responsabilidades cuando se ha puesto en tela de juicio el cobro inaceptable de sueldazos y partidas que a lo largo de la historia han transmutado en estipendios descomunales encubiertos.
Somos ciudadanos de un país con epidemia de concordatos, despidos, seguros de paro y desocupación en expansión geométrica.
Somos ciudadanos de un país imposibilitado de pagar su creciente deuda externa superior a 60 mil millones de dólares, y que ve incrementado día a día el déficit fiscal como consecuencia directa de la hartamente denunciada dilapidación de los dineros públicos desde tiempos lejanos, con el agravante de ser azotado hoy por la pandemia universal de un virus.
Somos ciudadanos de un país en el que los sindicatos docentes rechazan el Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos de la OCDE (PISA por sus siglas en inglés), prueba que pone de relieve y desnuda las carencias educativas de los alumnos de 15 años que están a punto de culminar su ciclo secundario.
Somos ciudadanos de un país en el cual se inventan derechos para las minorías, con indemnizaciones que recargan las obligaciones de pago del comprometidísimo Banco de Previsión Social, y en el cual funcionarios designados para ocupar cargos de dirección departamental en el área de la Educación y la Cultura desconocen las fechas que conmemoran la Declaratoria de la Independencia Nacional y la Jura de la Constitución.
En definitiva, somos ciudadanos de un país condenado al sufrimiento por la administración fraudulenta que ha practicado el poder político; por la corrupción generalizada que se advierte en los organismos gubernamentales en cuanto al manejo de los dineros públicos, y por la acción incontenible de los forajidos que se adueñaron de la seguridad ciudadana.
Ricardo Garzón
 











 









 

 

 
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