Edición Nro. 2019 - Punta del Este / Uruguay
enfoques 26 de mayo de 2017
 
 
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¿Deberían las aerolíneas cobrar por permitir que la silla sea reclinable?

Hay pocas cosas peores que ver cómo el pasajero que se sienta delante de nosotros en el avión reclina su asiento a tope y reduce aún más el poco espacio que generalmente tenemos. Dos expertos en leyes han estudiado el tema desde el punto de vista económico y han llegado a una conclusión interesante: lo hacemos porque es gratis.
¿Quién tiene más derecho sobre el espacio? ¿El pasajero que reclina su asiento, o el que sufre la falta de espacio detrás de él? Parece una pregunta trivial, pero esos 10 centímetros de diferencia (sí, solo son 10) son motivo de no pocas malas caras y hasta algún incidente ocasional.
Según Ronald Coase, premio Nobel de economía en 1991, el espacio entre los asientos se puede considerar un bien escaso y, por tanto, no importa quién haya sido el primero en ocuparlo. Desde el punto de vista económico, ese espacio pertenece a quién más lo valore. Ahora bien, ¿Quién valora más esos 10 centímetros? ¿El que se reclina o el que sufre las consecuencias?
Para tratar de dilucidar el caso, Christopher Buccafusco y Christopher Jon Sprigman realizaron una sencilla encuesta consistente en preguntar a un grupo de personas qué cantidad mínima de dinero están dispuestas a pagar o a recibir para renunciar a su derecho a reclinar el asiento en un hipotético vuelo de seis horas de duración.
En otras palabras, preguntaron a la persona que reclina su asiento cuál es su precio por no reclinarlo, y a la persona de atrás cuánto estaría dispuesto a pagar para que el otro no lo recline. Aquí encontramos la primera diferencia. Los reclinadores estarían dispuestos a dejar de hacerlo por una media de 41 dólares. Sin embargo, sus víctimas solo están dispuestas a pagar 18 dólares de media.
Si nos atenemos solo a esto, el derecho sobre el espacio pertenece a los que reclinan su asiento porque lo valoran mucho más, pero ahí es donde llega la segunda pregunta. ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar para tener derecho a reclinar el asiento?
Cuando le das la vuelta a la transacción, la cosa cambia completamente. Los que reclinan el asiento no están dispuestos a pagar más de 12 dólares de media. Sin embargo, los que ceden el espacio no están dispuestos a hacerlo por menos de 39 dólares. En este segundo caso, el espacio pertenece al que va en el asiento de atrás. El profesor de conducta económica Daniel Kahneman explica así esta discrepancia:
La gente generalmente no está dispuesta a ceder las cosas que ya tienen o creen que tienen. Cuando les das algo por defecto, aunque sea algo tan trivial como un lápiz, las personas no están dispuestas a dejarlo ir. Como consecuencia, la cantidad de dinero que están dispuestas a aceptar para renunciar a ello siempre es mayor que la cantidad que están dispuestos a pagar para comprarlo.
El hecho de que sea un servicio que las aerolíneas incluyen por defecto da, en principio, la razón a los que reclinan el asiento, pero eso no quita que tengan al menos la cortesía de no hacerlo durante los almuerzos, o de pedir permiso educadamente a la persona que tienen detrás.
La cuestión que queda clara es que esos 10 centímetros tienen un valor económico. Las aerolíneas ya cobran a los pasajeros por disfrutar de asientos con más espacio para las piernas. Es solo una cuestión de tiempo que encuentren una forma de monetizar los asientos reclinables. Quizá entonces no haya tantos pasajeros dispuestos a disfrutar de ese servicio.




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En el horno
El deterioro creciente de los partidos políticos; la malversación reiterada de los dineros públicos, y el consecuente desgaste del gobierno frenteamplista en todos los ámbitos de actuación, -gobierno, entes autónomos, servicios descentralizados y Parlamento-, jaqueados todos por la resignación del poder presidencial en favor de un poderoso y amenazante PIT CNT, ha llevado el país al caos.
Al caos más absoluto, al punto que desde las redes sociales, televisión y emisoras radiales se denuncia que le “sospechan” al Presidente Vázquez coimas por UPM, teniendo como antecedentes y referentes más cercanos el desquicio gubernamental y político de los argentinos y brasileños, con sus referentes Kirchner y Lula: la primera, ladrona del pueblo argentino, todavía suelta, y el segundo acusado de coimas, lavado de dinero, y de dirigir la corrupción de Petrobrás.
En lo que tiene que ver con Uruguay, asoman acusaciones graves, muy graves y reiteradas contra el gobierno, al punto que sin pelos en la lengua ciudadanos que utilizan con frecuencia distintos medios de comunicación, a los que deben sumarse conductores de programas radiales, han acusado en reiteración al primer mandatario de dirigir y estar al frente, -no ya de un elenco ministerial-, sino de una asociación para delinquir. Han calificado su gobierno como una maquinaria de impunidad, y de practicar el terrorismo de estado.
El Poder Judicial, por su parte, resigna poder, con fiscales y jueces lechuguinos, contemplativos y timoratos que se hacen los otarios y que eluden el cumplimiento de sus obligaciones, en rumbo de complacencia con el Poder Ejecutivo.
En el Parlamento, cincuenta brazos enyesados apoyan cualquier barbaridad. ¿División de poderes…? ¿Montesquieu…?
En tanto, el pueblo está angustiado por la catarata de impuestos, directos e indirectos, con un Ministro de Economía que le ha deshecho el bolsillo al ciudadano, y que se ha trasformado en un dictador de la Economía nacional. De tal manera, le bajó el pulgar al presidente de UTE que propuso rebajar un 15% las tarifas para dar un respiro a la sufriente población, que atónita advierte el jolgorio y despilfarro de los dineros populares, sus dineros.
Más rabia da que con cataplasmas, el monarca, que no gobierna, pretenda aliviar y conmemorar con exaltada y alabada propaganda el décimo aniversario de las ceibalitas, (“alabate pato”), cuando el país se encamina a la anulación tácita del principio de separación de poderes, paso previo a la disolución nacional.
Los partidos de oposición no existen. Murieron sin perspectivas de resurrección y con las botas puestas.
Los súbditos más desposeídos, armados por el Frente  Amplio con el voto, -allí donde hizo carne el MIDES-, se contentan porque no llegamos al nivel de los argentinos ni  brasileños, aunque sí se copia el pensamiento. Parafraseando al periodista brasileño Clóvis Rossi, “el gobierno es un ladrón, pero es mi ladrón; es un ladrón que está a mi lado, que hizo cosas buenas para mí y para mi familia; permitió que mi hijo fuera a la universidad”.
En Uruguay ni esto. Se ha destruido y disgregado la familia. Los niños, hoy, desertan en la Escuela, y a la Universidad si te he visto no me acuerdo.
Están en la calle, y los ciudadanos en el horno.
Ricardo Garzón

 



  
 
 






















 

 

 
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