Recién llegados de Miami –en cumplimiento de una misión periodística infiltrada por un trío de nietos quinceañeros que practican aceptado y razonable consumismo- advertimos que se ha consolidado en los habitantes del primer mundo, y también en el patio trasero de los Estados Unidos, (léase Centroamérica y América del Sur), que el Uruguay es uno de los países más caros del mundo, y sin duda del continente americano.
Posición avalada por la estadística y precios internacionales vigentes, a pesar del embuste continuado y sin límites de las autoridades de gobierno en la especialidad, saltimbanquiis de la política que divulgan periódicamente ingresos turísticos inexistentes, traducidos en cifras desatinadas que reventaron el globo y que se propalan sin pudor y sin ton ni son en los congresos y eventos turísticos del mundo entero.
Ayer nos cerraron las fronteras; cero quilo, cero alcohol y cero bienestar nacional, todo por las nubes, en tanto desde la Torre Ejecutiva y Parlamento se les niega a los docentes un sueldo decoroso, que la maestra debe traducir en un intercambio de figuritas con la empleada doméstica que le cuida los hijos.
¡Sí! ¡No se asombren! ¡Ganan lo mismo! ¡Con qué tupé mienten a sabiendas!
La conducción económica de todos estos años, doctoral, también nos engrupe con cifras acomodadas por el máximo croupier, un ministro que maniobra en la baraja y que toca la flauta en cubierta mientras se hunde el Titanic.
A poco que se avance, atisbamos un deterioro generalizado en la mayoría de los ministerios y entes autónomos, enfrascados en la aplicación y discusión de políticas de distracción de los grandes problemas nacionales, con un presidente de la república timorato y pusilánime, que no vaciló en prostituir a mansalva, de la noche a la mañana, el decreto de la esencialidad.
Un estudio realizado por la consultora SEG Ingeniería concluyó que Uruguay tiene los precios más caros en la región en diferentes productos energéticos relevados.
¡Chocolate por la noticia! El sesudo comparativo incluyó la energía eléctrica industrial y la residencial, el fuel oil, la nafta y el gas oil, todos combustibles de uso diario que desde tiempo inmemorial son los más onerosos del planeta.
Ancap, organismo recaudador por excelencia y al instante, que no tiene competencia y que importa petróleo que refina a diario quebranto, pierde plata, pese a su condición de monopólico, con el precio de la nafta en el cenit continental y posiblemente mundial.
Constituye malsana ironía renegar del consumismo, como si el ciudadano común, cual Tío Rico Mac Pato, gastase fortunas en su intento por vivir un poco mejor.
¿Es consumismo trascender de la motocicleta al automóvil, de la vieja TV a un plasma, o comer carne un par de veces por semana?
Seguramente hay que andar en chancletas, con la misma campera marrón, y vivir en un rancho para acceder al “honor” de no ser calificado consumista.
En rumbo populista, y del peor, puesto que se trata de equiparar bien para abajo el estilo de vida que Batlle y Ordóñez pergeñó hace poco más de un siglo para los uruguayos, así como vamos ingresaremos en los pueblos sin asfalto de la América profunda con sabor precolombino, de la mano de Aureliano Buendía y Gabriel García Márquez.
Ricardo Garzón
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