Hace ya muchos años actuaba en nuestros veranos una orquesta espectáculo, que interpretaba canciones románticas y populares del folklore español.
Durante la actuación, alguno de sus integrantes se lanzaba un solo vocal o instrumental que causaba fingidos gestos de asombro y admiración de sus compañeros, gestos ensayados y sobreactuados, sin ningún viso de autenticidad.
Estas escenas vuelven a mi memoria muchas (demasiadas) décadas después, cuando me informo de los distintos aconteceres del quehacer turístico nacional y muchas veces internacional.
Todos ellos o casi todos ellos, sean presentaciones, ferias, proyectos, premios, destaques y otras iniciativas reciben el elogio o el silencio de las publicaciones periodísticas o declaraciones públicas, sin que surja una opinión discordante, una crítica constructiva con propuestas alternativas o simples ¿por qué? o ¿para qué?
De este modo “todos” se aseguran la aquiescencia con lo actuado y/o presentado, para seguir haciendo las cosas tan bien o tan mal como se han hecho siempre.
Esto no quiere decir que las críticas no existan, por el contrario, abundan, pero se realizan en el anonimato, sotto voce o como rumor, lo que es más dañino, pues nada aporta.
De este modo, asegurado el apoyo de sus pares, los solistas – como en la orquesta que referimos más arriba- siguen muy contentos con su parte sin importarles mucho los que están en la platea, impresionados, sin duda, por la artificial gestualidad de los otros ocupantes del tinglado.
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